Nacida con paladar y doble labio hendido, June Leifson aprendió a una temprana edad que ‘ninguna cosa es imposible para Dios’
Cómo ésta Santo de los Últimos Días pasó de ser rechazada por 3 programas de enfermería a convertirse en decana de enfermería de BYU

June Leifson posa para una foto con un estudiante de BYU-Hawái después de hablar en el devocional semanal del campus en Laie, Hawái, el 11 de octubre de 2022.
Camille Jovenes, BYU–Hawái
Nacida con paladar y doble labio hendido, June Leifson aprendió a una temprana edad que ‘ninguna cosa es imposible para Dios’
Cómo ésta Santo de los Últimos Días pasó de ser rechazada por 3 programas de enfermería a convertirse en decana de enfermería de BYU

June Leifson posa para una foto con un estudiante de BYU-Hawái después de hablar en el devocional semanal del campus en Laie, Hawái, el 11 de octubre de 2022.
Camille Jovenes, BYU–Hawái
OREM, Utah — En una estantería en la casa de June Leifson se encuentra un libro de gramática japonés-inglés rojo y desgastado que recibió el primer día de su misión de tiempo completo hace más de 60 años.
De joven, llegó a Japón sabiendo exactamente 10 palabras en japonés: cómo contar hasta 10. En aquella época, no había un centro de capacitación misional ni capacitación en idiomas.
Esa primera noche, la joven de Spanish Fork, Utah, recibió sus libros y materiales, incluyendo ese diccionario japonés rojo.
En lugar de dejarse abatir por la monumental tarea de tratar de enseñar el evangelio en una tierra lejana, en un idioma extranjero y una cultura desconocida, ella abrió el libro de gramática y escribió en la cubierta interior: “No pierdas el tiempo preguntándote: ‘¿Podré hacerlo?¡Tú puedes! Tienes a Dios de tu lado”.
En muchos sentidos, ese se convirtió en el lema de su vida. Nacida con paladar hendido y labio leporino, Leifson enfrentó muchos desafíos. Pero desde muy joven aprendió que “ninguna cosa es imposible para Dios” (Lucas 1:37).
Una infancia llena de fe
Leifson dijo que a menudo se pregunta cómo debió haber sido su nacimiento para sus padres, J. Victor Leifson y Mary Bradford Leifson. Nació en 1933, en el apogeo de la Gran Depresión, como la octava de 11 hijos en su casa en lo que entonces era un pequeño pueblo de Spanish Fork.
Debe haber sido un “shock”, dijo Leifson, cuando nació con un paladar hendido severo y un labio leporino, lo que significa que tenía una abertura en el paladar y dos aberturas en el labio superior.

En una foto familiar con sus padres, J. Victor Leifson y Mary Bradford Leifson, June Leifson se sienta en el regazo de su padre. June nació con paladar hendido y labio leporino y tuvo que someterse a más de una docena de cirugías.
Proporcionado por June Leifson
Después de recibir un nombre y una bendición de su padre, fue transportada 100 km al norte a Salt Lake City para recibir atención médica. Durante 10 días la alimentaron con un gotero antes de someterse a la cirugía, la primera de nueve cirugías en sus primeros 9 años.
Aunque otros niños podían ser a veces poco amables, Leifson describió su infancia como feliz, con padres y hermanos que la amaban y la apoyaban.
Una vez, cuando otros niños se burlaron de su voz nasal aguda, sus dos hermanos mayores le dijeron: “Danos sus nombres y nosotros nos encargamos”.
“Creo que nunca hicieron nada”, dijo Leifson con una sonrisa, pero eso la hizo sentir amada.
Todas las mañanas, antes del desayuno, los niños daban la vuelta a sus sillas y se arrodillaban para orar en familia. Leifson recordó a su madre enseñando en la Sociedad de Socorro y su padre sirviendo como obispo y amaba las historias de sus fieles antepasados pioneros Santos de los Últimos Días.
Cuando ella tenía 8 años, quería ser bautizada, pero le aterrorizaba el agua. Con las aberturas en su paladar y labio, no había nada que impidiera que el agua entrara. Con una oración en su corazón, siguió adelante con la ordenanza. “No me ahogué, así que esas oraciones fueron escuchadas”, dijo ella.

June Leifson, primera fila a la derecha, aparece en la foto con su clase de la Primaria. June nació con paladar hendido y labio leporino y tuvo que someterse a más de una docena de cirugías.
Proporcionado por June Leifson
Cuando era adolescente, anhelaba ser hermosa y tener un habla clara y perfecta como las demás personas de su edad, pero esas oraciones no fueron contestadas de la manera que ella deseaba, dijo ella.
Después de graduarse de la escuela secundaria, aplicó a tres programas de enfermería, pero se le negó la admisión debido a sus desfiguraciones faciales y problemas del habla.
“Este no fue un tiempo feliz para mí”, describió Leifson. A pesar de su decepción, decidió seguir adelante y se matriculó en clases de educación general en la Universidad Brigham Young, incluyendo cursos de pre-enfermería, y se inscribió en terapia intensiva del habla.
Milagros
Un día, los profesores del Centro del habla le informaron que su habla nunca volvería a ser normal y le pusieron una grabación para que ella pudiera escuchar por primera vez cómo sonaba para otras personas.
Fue un shock, dijo Leifson. “Ni yo no podía entender lo que acababa de decir”.
Para ese entonces, Leifson había tenido 16 cirugías y los médicos le habían dicho que habían hecho todo lo posible. No se había dado cuenta ni aceptado lo distorsionado que era su habla. Estaba desconsolada.
“Esa noche fue una de las peores y, a la vez, una de las noches más espirituales de mi vida”, dijo Leifson. Buscando la paz, encontró un lugar para estar sola en la ajetreada casa de su familia, el garaje, y se preguntó cuál era el valor de su vida. “Pensé: ‘¿Vale la pena mi vida y tengo el valor de enfrentarla?’”.
Ella derramó su corazón a su Padre Celestial. “No escuché Su voz, pero sentí Su presencia y Su amor, y supe que no podía rendirme”.
Poco después, su profesor de zoología pidió verla después de clases y la refirió a un cirujano plástico que acababa de mudarse a Salt Lake City: el Dr. Thomas Ray Broadbent. Él había sido un alumno de este profesor y había enseñado cirugía plástica en el Duke Medical College.
Después de un examen minucioso, Broadbent le dijo que podía ayudarla, pero que requeriría más cirugías.
“Debe haber visto la angustia en mi cara”, recordó Leifson, “porque no quería someterme a más cirugías”.
Broadbent le dijo: “June, Dios obrará a través del uso de mis manos para ayudar a restaurar su boca, rostro y habla, pero solo con su fe lograremos algo”.
Confiando en él y en el Señor, Leifson se sometió a cinco cirugías adicionales mientras estaba en la universidad. Ese otoño, el decano de enfermería se puso en contacto con ella para preguntarle si todavía tenía el deseo de estudiar enfermería. Después de responder con un entusiasta “¡Sí!” Leifson fue admitida en el programa de enfermería de BYU.
“Para mí fue un milagro”, dijo Leifson.
Sirviendo al señor
Después de obtener su licenciatura en 1957, Leifson trabajó durante 18 meses en el piso quirúrgico del LDS Hospital. Aunque le encantaba la enfermería hospitalaria, ella y una amiga decidieron solicitar un puesto de enfermera de salud pública en la principal isla de Hawái. De repente, estaba haciendo visitas a domicilio a pacientes con tuberculosis y la enfermedad de Hansen, dirigiendo clínicas y trabajando en escuelas y plantaciones en pequeños pueblos de la zona rural de Hawái.
“Me encantó”, dijo Leifson.
En una de las zonas más rurales de Kona, Hawái, Leifson puso en marcha la primera Primaria en una rama pequeña. Comenzó con solo tres niños, y ese número creció a casi 10 en asistencia. Muchos de ellos nunca habían tenido agua potable o electricidad.
El primer domingo enseñó sobre la Creación y dibujó el sol, la luna y las estrellas. Maravillados, los niños se acercaron a tocar el dibujo. “Nunca antes habían tocado el papel”, recordó Leifson.
Trabajar en esa pequeña rama “fue muy especial”, dijo ella. “Nunca había sentido tanto gozo”.

June Leifson con su clase de la Primaria en la Rama Opihaile en una zona rural de la isla Kona de Hawái en la década de 1950.
Proporcionado por June Leifson
Un domingo, Leifson recibió una llamada del presidente de misión de Hawái, a quien había conocido en una de sus visitas anteriores a la Isla. Él le pidió que se reuniera con él en Oahu. Ella estuvo de acuerdo.
Él la recibió en el aeropuerto y le dijo: “El élder Spencer W. Kimball la entrevistará para una misión”.
Leifson siempre había querido servir en una misión, pero pensó que por su forma de hablar y su apariencia era imposible.
Su entrevista con el entonces élder Kimball, del Cuórum de los Apóstoles, fue cálida pero sincera. Después de responder a preguntas sobre su voluntad de servir, el élder Kimball preguntó sin rodeos: “¿Cómo reaccionaría usted si las Autoridades Generales sintieran que no debe ser llamada?”.
Con sinceridad, Leifson respondió que sabía que aún podía hacer mucho en la Iglesia y, en algunos aspectos, sentía que ya estaba sirviendo a una.
El élder Kimball luego dijo que él sería su portavoz. A los 10 días recibió un llamamiento oficial a la Misión del Lejano Oriente Norte.
En la carta misional que recibió del presidente David O. McKay, él escribió: “El Señor recompensará la bondad de su vida, y mayores bendiciones y más felicidad de la que ha experimentado hasta ahora le esperan a medida que le sirva con humildad y oración en esta labor de amor entre Sus hijos”.
Eso resultó ser cierto, dijo Leifson.

La hermana June Leifson, a la izquierda, posa para una foto con una niña a la que ella y su compañera enseñaban mientras servían en una misión de tiempo completo en la Misión del Lejano Oriente Norte (Japón) en 1959.
Proporcionado por June Leifson
Le tomó nueve meses de intenso estudio antes de sintirse cómoda compartiendo una lección en japonés, pero descubrió que el japonés le resultaba más fácil de pronunciar que el inglés.
A través de su servicio misional, no solo ganó un mayor amor y testimonio por el evangelio, la Iglesia, la gente y su Salvador, sino que también reafirmó el conocimiento de que, con Su ayuda, podría hacer cosas difíciles, dijo ella.
Una carrera excepcional
Después de su misión, Leifson regresó a Utah y consiguió un trabajo en el Departamento de Salud del Condado de Salt Lake. Eventualmente, el decano de enfermería de la Universidad de Utah la invitó a obtener una maestría y luego a enseñar enfermería allí.
En aquella época, no había muchas mujeres con títulos de posgrado y, hasta el día de hoy, Leifson dice que no sabe cómo llamó la atención del decano, pero aceptó la oferta.
Después de completar una maestría en 1964 en educación de enfermería en salud pública en la Universidad Wayne State en Detroit, Michigan, fue tutora de estudiantes de enfermería en la Universidad de Utah durante siete años.

Una foto de June Leifson cuando se graduó de la escuela de enfermería en BYU.
Proporcionado por June Leifson
Luego regresó a BYU para enseñar y completar su doctorado en estudios familiares. Le encantó su tiempo en la Universidad de Utah, dijo Leifson, pero fue un alivio ir a donde sintió que podía incorporar al Salvador en su enseñanza. “Él es quien realmente puede enseñar el arte del Sanador”.
Se desempeñó como decana asociada del Programa de Graduados en Enfermería de BYU hasta que la llamaron a la oficina del entonces presidente de BYU, Jeffrey R. Holland, temprano un lunes por la mañana y le dijeron: “Hermana Leifson, usted será la nueva decana de enfermería. Vamos a convocar una reunión de la facultad en 15 minutos”.
“Estaba literalmente en estado de shock”, dijo Leifson. Como estudiante universitaria a los 18 años, se le negó la admisión al programa. Ahora iba a ser la decana de 350 estudiantes, 40 profesores de tiempo completo, 20 profesores de medio tiempo y mucho personal administrativo.
Subió cuatro pisos en el ascensor y fue y se arrodilló en su oficina. “Señor, no sé cómo puedo hacer esto”, oró ella.
Pero, típico de ella, puso su confianza en el Señor y siguió adelante.
“Tuve varias experiencias y desafíos, pero la alegría del llamamiento superó los desafíos”, dijo Leifson sobre su tiempo como decana.
Ella se desempeñó como decana durante siete años, de 1986 a 1993, luego enseñó a tiempo parcial durante dos años más antes de jubilarse.
“Estoy agradecido de haber aceptado [el llamado a ser decana], aunque me sentía tan poco preparada e incapaz de servir”. Trabajar con estudiantes le trajo “mucho gozo interior”.
Mirando hacia atrás
Ahora con 89 años, Leifson vive sola en su casa, situada en una colina con vista al lago Utah y las distantes montañas.
Puede que la vida no sea tan agitada como antes, pero aún puede conducir hasta el centro de FamilySearch en la cercana ciudad de Spanish Fork, donde le encanta trabajar en su historia familiar islandesa y asistir a los templos de Provo y Payson. Tiene una gran caja de juguetes lista para cuando sus muchos sobrinos y sobrinas, y ahora sobrinas y sobrinos nietos, vengan a visitarla con sus hijos.
Por toda su casa hay recuerdos que muestran destellos de su extraordinaria vida: una muñeca hecha para ella durante su misión en el Lejano Oriente, una impresión de una pintura que colgaba en el departamento de enfermería de BYU, una pintura al óleo que hizo de un hogar ancestral en Islandia.
En cada habitación y en casi todas las paredes hay también una pintura del Salvador.
“Él realmente está allí”, dijo cuando se le preguntó qué le han enseñado sus desafíos. “Todos tendrán pruebas que pondrán a prueba su fe. Pero de todos modos busquen al Señor”.
En octubre pasado, se le pidió que hablara en un devocional en el campus de BYU-Hawái. Su tema: pruebas y bendiciones. “Recuerden, ninguna cosa es imposible para Dios”, testificó a los estudiantes. “No se rindan cuando tengan desafíos o pruebas, porque Dios está ahí”.

June Leifson recibe un abrazo después de hablar en el devocional semanal del campus en BYU-Hawái en Laie, Hawái, el 11 de octubre de 2022.
Camille Jovenes, BYU–Hawái